La educación como lugar de encuentro
Ciertamente, al ser padres, sabemos que nos enfrentamos a una de las tareas más importantes y determinantes en la vida de quienes están bajo nuestro cuidado, de allí que la reflexión constante se haga necesaria.
Sin embargo recientemente al hacer algunas encuestas sobre los problemas en la situación actual, la educación aparece entre los últimos lugares, y esto habla de la poca conciencia que existe sobre este aspecto; y cuando se refieren a ella, se reduce al índice de analfabetismo y/o escolaridad; es decir a la capacidad de obtener información mas que al problema formativo que originalmente conforma la educación.
No es extraño que en nuestra sociedad actual, con lo acelerado de la vida y con las ¨ urgencias ¨ cotidianas, el tema educativo, aunque sea de vital importancia, pase a un segundo o tercer plano; y no pocos padres crean que la responsabilidad de los hijos sea un listado de cosas que no deben faltar, tareas que terminar, enfermedades que curar, situaciones que resolver, actividades a las que asistir, escuelas que hay que pagar; y reduzcan a esa inmediatez la educación.
Hace poco veíamos la cantidad de cursos y la urgencia que tienen los profesionales de estar actualizados en sus funciones y la demanda que estos cursos de capacitación tienen. Los temas de calidad total, ingeniería y reingeniería son hondamente estudiados y no son pocos los que asisten a ellos. Nuestra sociedad competitiva, ha sabido imponer un régimen de preocupación e interés por los aspectos profesionales y ha sabido a su vez, dejar de lado el aspecto formativo, como si este no necesitara de preparación y los distintos momentos en la vida de los hijos fueran fácilmente tratables y sujetos de solución. Es decir, hemos perdido de vista lo fundamental: la persona.
Son muchos los estudiosos que encuentran la explicación de la situación actual de esta sociedad hedonista, relativista, de escasa moral, con altos índices de abortos, suicidios, pobreza extrema, conflictos bélicos; en la crisis de la familia. Son los padres los que debemos responder a ese análisis, y proponer a través de la educación de los hijos una posibilidad de cambio. Por ponerlo en términos de uso laboral; diremos que el primer negocio de los padres, son sus hijos.
Retomar lo esencial
Educadores de los hijos, los padres son los primeros transmisores de los valores éticos, morales y actitudinales; son los que han de ir de ir formando una escala de valores. Este lugar común, siempre vigente, pareciera cobrar importancia a partir del nacimiento de los hijos, y mas concretamente a partir de las primeras acciones, actitudes que los padres toman frente a las áreas a las que responden en la cotidianeidad los hijos; así se comienza a entender entonces la formación de los hijos, como respuestas mas o menos adecuadas a las demandas de ellos; y en parte, pero solo en parte, es así.
La educación se transmite no solamente cuando se tiene conciencia del acto mismo formador, sino en todo acto de la vida humana; así los niños aprenden, no pocas veces, más de lo que ven, que de lo que conforma la indicación propiamente dicha.
Queda además la tarea constante de enfrentar los medios de que la sociedad dispone para influir en nuestros hijos. Antiguamente, las generaciones jóvenes se integraban en la sociedad a través de sus familias. Los padres de familia y los abuelos eran los principales actores del proceso. Hasta hace poco cuando la adolescente cumplía quince años se consideraba esto como la ingreso a la sociedad y con ello un cierto nivel de entrada al mundo. Es decir, se tenían quince años para formar al hijo dentro de casa. Hoy los medios de comunicación, la televisión, el internet, entre otros; llegan a nuestros hijos desde muy pequeños y la labor formativa de parte nuestra se hace mas urgente, mas inmediata y constante.
Se trata pues, de hacer un alto, de retomar lo esencial, de establecer caminos donde los referentes sean válidos, estables, permanentes; estamos hablando entonces del bien, la belleza, y la verdad como horizonte que norme nuestra vida.
Los padres
Un hecho cierto es que la formación de los hijos empieza con la formación de los padres.
La educación de los hijos, en un sentido, comienza con las propias historias personales de cada uno de los padres, es decir, comienza antes del nacimiento de nuestro primer hijo, y mucho antes de que se establezca el vínculo matrimonial.
De lo que construyan los padres día a día, darán a sus hijos una recta autovaloración, suficiente autoestima; su actitud frente a la realidad y al mundo que los rodea, la seguridad en sus propias capacidades y decisiones, la calidad de relación que establezcan en su vida con sus semejantes, el manejo de la libertad, la visión global de la vida y su posibilidad de ser seres positivos que construyan una nueva sociedad.
Debemos también tomar en cuenta la actitud vital hacia los hijos, es decir; la propia visión que tengamos de ellos, sobran ejemplos en la sociedad actual de visiones egoístas con respecto a ellos como elementos limitantes del propio desarrollo, hasta del término del romanticismo de la pareja; visiones inmaduras aceptadas muchas veces inconscientemente y que hacen lo suyo en el trato diario. Cosas que se van transmitiendo querámoslo o no de una u otra manera a nuestros hijos.
La primera experiencia de los hijos en tanto seres llamados a vivir en comunidad es en familia, y se funda en la relación con sus padres, en el hogar. Una garantía de posible realización estará en la relación de amor que sostengan los padres, dependerá de que los hijos vean en esa relación modélica al amor como fundamento, y de allí se pueda extender al resto de la familia. El sello que queda de esta experiencia es una huella que quedará para el resto de relaciones que establezca, inclusive consigo mismo.
Auto – Conciencia educativa
Se plantea de inmediato una auto conciencia educativa, una tarea de reflexión para quienes tienen la responsabilidad de educar a los hijos, es decir: ¿Qué valores rigen efectivamente mi vida? ¿Qué es lo que yo quiero hacer con mi vida? ¿Cuál es mi proyecto como persona? ¿Qué nos hemos planteado con mi esposa como plan para nosotros? ¿En que valores esta basado este plan?
Las respuestas pueden ir desde la proyección profesional y económica, hasta cuestiones mas afectivas, mas personales y trascendentes.
La historia de nuestros hijos no comienza pues propiamente con su nacimiento; inicia con nuestras propias historias personales y se van nutriendo de las vivencias que vamos transmitiendo a diario; de la conciencia que tengamos de esto y del poder de rectificarnos en primera instancia a nosotros mismos estará la posibilidad de hacer un trabajo formativo que responda a la trascendencia de la persona.
La formación de los hijos comienza pues con la propia educación, con la atención constante a nuestros propios valores que a la larga son los que aprenderán los niños.
Sin lugar a dudas los padres van a ser lo modelos, los referentes mas significativos de los hijos, y son ellos los que validaran, o no, con su vida lo que van enseñando. La coherencia de ambos en la vida cotidiana es el factor básico en la formación de los hijos, para ello la sobriedad en nuestro estilo de vida, el control de los propios impulsos, la perseverancia en los compromisos adquiridos, la defensa de los valores, el dialogo, la vida de fe, entre otros, deben entenderse no como un acto de heroicidad, sino como parte de la propia vida.
Ciertamente, al ser padres, sabemos que nos enfrentamos a una de las tareas más importantes y determinantes en la vida de quienes están bajo nuestro cuidado, de allí que la reflexión constante se haga necesaria.
Sin embargo recientemente al hacer algunas encuestas sobre los problemas en la situación actual, la educación aparece entre los últimos lugares, y esto habla de la poca conciencia que existe sobre este aspecto; y cuando se refieren a ella, se reduce al índice de analfabetismo y/o escolaridad; es decir a la capacidad de obtener información mas que al problema formativo que originalmente conforma la educación.
No es extraño que en nuestra sociedad actual, con lo acelerado de la vida y con las ¨ urgencias ¨ cotidianas, el tema educativo, aunque sea de vital importancia, pase a un segundo o tercer plano; y no pocos padres crean que la responsabilidad de los hijos sea un listado de cosas que no deben faltar, tareas que terminar, enfermedades que curar, situaciones que resolver, actividades a las que asistir, escuelas que hay que pagar; y reduzcan a esa inmediatez la educación.
Hace poco veíamos la cantidad de cursos y la urgencia que tienen los profesionales de estar actualizados en sus funciones y la demanda que estos cursos de capacitación tienen. Los temas de calidad total, ingeniería y reingeniería son hondamente estudiados y no son pocos los que asisten a ellos. Nuestra sociedad competitiva, ha sabido imponer un régimen de preocupación e interés por los aspectos profesionales y ha sabido a su vez, dejar de lado el aspecto formativo, como si este no necesitara de preparación y los distintos momentos en la vida de los hijos fueran fácilmente tratables y sujetos de solución. Es decir, hemos perdido de vista lo fundamental: la persona.
Son muchos los estudiosos que encuentran la explicación de la situación actual de esta sociedad hedonista, relativista, de escasa moral, con altos índices de abortos, suicidios, pobreza extrema, conflictos bélicos; en la crisis de la familia. Son los padres los que debemos responder a ese análisis, y proponer a través de la educación de los hijos una posibilidad de cambio. Por ponerlo en términos de uso laboral; diremos que el primer negocio de los padres, son sus hijos.
Retomar lo esencial
Educadores de los hijos, los padres son los primeros transmisores de los valores éticos, morales y actitudinales; son los que han de ir de ir formando una escala de valores. Este lugar común, siempre vigente, pareciera cobrar importancia a partir del nacimiento de los hijos, y mas concretamente a partir de las primeras acciones, actitudes que los padres toman frente a las áreas a las que responden en la cotidianeidad los hijos; así se comienza a entender entonces la formación de los hijos, como respuestas mas o menos adecuadas a las demandas de ellos; y en parte, pero solo en parte, es así.
La educación se transmite no solamente cuando se tiene conciencia del acto mismo formador, sino en todo acto de la vida humana; así los niños aprenden, no pocas veces, más de lo que ven, que de lo que conforma la indicación propiamente dicha.
Queda además la tarea constante de enfrentar los medios de que la sociedad dispone para influir en nuestros hijos. Antiguamente, las generaciones jóvenes se integraban en la sociedad a través de sus familias. Los padres de familia y los abuelos eran los principales actores del proceso. Hasta hace poco cuando la adolescente cumplía quince años se consideraba esto como la ingreso a la sociedad y con ello un cierto nivel de entrada al mundo. Es decir, se tenían quince años para formar al hijo dentro de casa. Hoy los medios de comunicación, la televisión, el internet, entre otros; llegan a nuestros hijos desde muy pequeños y la labor formativa de parte nuestra se hace mas urgente, mas inmediata y constante.
Se trata pues, de hacer un alto, de retomar lo esencial, de establecer caminos donde los referentes sean válidos, estables, permanentes; estamos hablando entonces del bien, la belleza, y la verdad como horizonte que norme nuestra vida.
Los padres
Un hecho cierto es que la formación de los hijos empieza con la formación de los padres.
La educación de los hijos, en un sentido, comienza con las propias historias personales de cada uno de los padres, es decir, comienza antes del nacimiento de nuestro primer hijo, y mucho antes de que se establezca el vínculo matrimonial.
De lo que construyan los padres día a día, darán a sus hijos una recta autovaloración, suficiente autoestima; su actitud frente a la realidad y al mundo que los rodea, la seguridad en sus propias capacidades y decisiones, la calidad de relación que establezcan en su vida con sus semejantes, el manejo de la libertad, la visión global de la vida y su posibilidad de ser seres positivos que construyan una nueva sociedad.
Debemos también tomar en cuenta la actitud vital hacia los hijos, es decir; la propia visión que tengamos de ellos, sobran ejemplos en la sociedad actual de visiones egoístas con respecto a ellos como elementos limitantes del propio desarrollo, hasta del término del romanticismo de la pareja; visiones inmaduras aceptadas muchas veces inconscientemente y que hacen lo suyo en el trato diario. Cosas que se van transmitiendo querámoslo o no de una u otra manera a nuestros hijos.
La primera experiencia de los hijos en tanto seres llamados a vivir en comunidad es en familia, y se funda en la relación con sus padres, en el hogar. Una garantía de posible realización estará en la relación de amor que sostengan los padres, dependerá de que los hijos vean en esa relación modélica al amor como fundamento, y de allí se pueda extender al resto de la familia. El sello que queda de esta experiencia es una huella que quedará para el resto de relaciones que establezca, inclusive consigo mismo.
Auto – Conciencia educativa
Se plantea de inmediato una auto conciencia educativa, una tarea de reflexión para quienes tienen la responsabilidad de educar a los hijos, es decir: ¿Qué valores rigen efectivamente mi vida? ¿Qué es lo que yo quiero hacer con mi vida? ¿Cuál es mi proyecto como persona? ¿Qué nos hemos planteado con mi esposa como plan para nosotros? ¿En que valores esta basado este plan?
Las respuestas pueden ir desde la proyección profesional y económica, hasta cuestiones mas afectivas, mas personales y trascendentes.
La historia de nuestros hijos no comienza pues propiamente con su nacimiento; inicia con nuestras propias historias personales y se van nutriendo de las vivencias que vamos transmitiendo a diario; de la conciencia que tengamos de esto y del poder de rectificarnos en primera instancia a nosotros mismos estará la posibilidad de hacer un trabajo formativo que responda a la trascendencia de la persona.
La formación de los hijos comienza pues con la propia educación, con la atención constante a nuestros propios valores que a la larga son los que aprenderán los niños.
Sin lugar a dudas los padres van a ser lo modelos, los referentes mas significativos de los hijos, y son ellos los que validaran, o no, con su vida lo que van enseñando. La coherencia de ambos en la vida cotidiana es el factor básico en la formación de los hijos, para ello la sobriedad en nuestro estilo de vida, el control de los propios impulsos, la perseverancia en los compromisos adquiridos, la defensa de los valores, el dialogo, la vida de fe, entre otros, deben entenderse no como un acto de heroicidad, sino como parte de la propia vida.
Artículo publicado en México
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